
Detrás del biombo de papel, una realidad
distinta se desenreda. Se mueve y se amplía de forma diferente, mi tiempo no es
su tiempo, su espacio no es mi espacio. Sería tan fácil atravesar esta frontera
de papel, quebrar el miedo y la intimidad. Entender por ejemplo, como una niña
pudo ser violada por su padre, destruir la tinta que envuelve de mentiras y
malentendidos, que oculta algo tan simple como una atrocidad.
Sería tan fácil romper la frontera de papel,
averiguar como un estudiante se endeuda para estudiar, como un político miente
para monetizar su puesto y su influencia, la forma en que un empresario se enriquece
a costa del pueblo, y como algunos nunca obtienen castigo.
Bañado en sangre húmeda goteando la
frontera oculta, miles de asesinatos en guerra justa y verdadera, la frontera
tiene agujeros de balas. La luz de los huecos llega al drogadicto, quien vuela
más lejos, aspira más profundo, más acabado, que ninguno.
Destruir el diario y la pantalla sonriente,
caer en cuenta de la virtud del artista sin escrúpulos y su verdad a punto de
venderse para comer, como el atleta que sin auspicio se eleva veinte metros
sobre el aire arriesgándolo todo. O del que cayó tres pisos al suelo, y vive el
infierno atrapado entre prótesis sin vida.
Todo detrás de ese biombo. Sería tan
fácil atravesar la frontera de papel, entrar en la realidad distante, cerrar mi
boca a palabras sin fundamento, cerrar mis oídos a medias tintas ficticias.
Caer en la realidad, la locura contingente. Atravesar la realidad más allá, la
vía láctea en sí misma, billones de supernovas explotando, fronteras ardiendo
más allá del tiempo y el espacio. Un agujero en el biombo de otra vida distinta
a la mía.