
Ese día, el padre le
regaló a su hijo un pequeño autómata de engranes, un guerrero que blandía su
espada contra un enemigo invisible. Se movía ante la presión de un botón
secreto, una tela de color oro y bronce lo ocultaba; el mecanismo siniestro se
accionaba, y el alma del guerrero se agitaba. Caminaba, cortaba, vivía, pero
moría cuando los contrapesos terminaban su movimiento fantasma.