Ese día, el padre le
regaló a su hijo un pequeño autómata de engranes, un guerrero que blandía su
espada contra un enemigo invisible. Se movía ante la presión de un botón
secreto, una tela de color oro y bronce lo ocultaba; el mecanismo siniestro se
accionaba, y el alma del guerrero se agitaba. Caminaba, cortaba, vivía, pero
moría cuando los contrapesos terminaban su movimiento fantasma.
Para el joven, el
guerrero tenía su historia, su vida, su muerte. Revivía. Revivió porque el
ángel de la muerte vino para llevarse a los pobres habitantes de su aldea, y
entonces el guerrero recogió su espada y se lanzó contra el demonio, corrió por
la espesura, y después de una larga batalla, logró vencer. Así le devolvió la
paz a la aldea, al mundo, al universo… pero era muy tarde para él, y murió de
forma épica, implorando un último bezo a la princesa…
Murió porque era hora
de la cena. Estuvo así un par de horas.
Pero pronto, viajaba
dentro de una nave espacial, dispuesto a vencer al Dictador Intergaláctico con
su espada láser, acompañado por sus amigos, antiguos esclavos liberados de las
mazmorras del Dictador. Pero cuando alcanzaba la fortaleza espacial…
… Un engranaje saltó, y su espada cayó al espacio infinito.
El autómata no volvió a moverse. Y el niño yacía llorando en el suelo rojo,
mientras sus padres acudían a consolarlo.
Nunca más funcionó el
autómata. Jamás volvió a vivir las fantasías del guerrero. El niño tristemente
organizó un funeral digno de un héroe, e instaló una estatua que miraba al
horizonte, para que otros héroes encontraran inspiración en sus propias
aventuras.
Pero cuando la
materia toca el sabor de la vida, ya no lo puede olvidar. El alma se mantiene
despierta en un mundo que no la oye. El engranaje rojo recuerda las historias
de sus aventuras; mientras exista, se mantendrá el recuerdo que alguna vez
existió un guerrero que combatió contra el mal. Y este sentimiento no se
desvanecerá jamás.
El tiempo pasa, y los engranes acumulan polvo. El suelo
refleja el ocaso. Las sombras se demonizan. Aún ahora el autómata hace guardia
en la estantería. Impotente ve como las sombras se lanzan y devoran los sueños
del niño, quitándole la vida, absorbiendo su inocencia. En la creciente
oscuridad, el alma se sacude, la tela tiembla, el engrane se mueve. Los años
han pasado, pero el guerrero vuelve a blandir su espada una vez más.
Como te dije en clases, me gusta esa idea de la vida como "momentanea" producto de algo mecánico y sin ese como hálito de vida, debe ser uan existencia cuatica, pero en tu cuento el guerrero igual tendria una especie de alma... y conciencia. Bleh, ya me perdí, en fin, cool story, bro
ResponderEliminarqueda a libre interpretacion xDD
ResponderEliminargracias ^^