“Te extraño”, pensó es escribir el joven en la baranda del
puente, pero siguió caminando esa noche tan fría que calaba los huesos. Él
entraba en calor con un cigarro, su chaqueta de cuero favorita, su pelo largo
que le calentaba las orejas, y su barba de media tarde que algo mantenía la
escarcha lejos de la piel.
Se detuvo a la mitad
del puente para reflexionar sobre su vida. Había tantas cosas que creyó que
eran ciertas. Pero el tiempo diluye la realidad. Cada segundo es una revolución
frente a las verdades del segundo anterior.
El tiempo se detuvo, y el río abajo se congeló. Mientras la
nieve caía en el barrio alto, el joven se preguntaba en qué momento sus padres
dejaron de ser sus padres, en qué instante su novia dejó de ser su novia, en
qué época él dejó de ser quien era.
Se le acabó el cigarro, lo botó, y tomó con soltura la
botella de pintura en spray. Al final
escribió:
“Hasta que la realidad nos separe”.
Y caminó hacia el lugar que le deparaba el destino.
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