agosto 15, 2009

Sueño

-Oliver, vete a dormir.

-Bueno, pero antes, ¿me cuentas un cuento?

¿Qué cuento podría contarle a su hijo? Las historias no son su fuerte, ¿es que acaso no tiene ninguna aventura que contar?

El dragón que volaba quemando los cielos con su poder destruía la realidad, dejó para siempre el espacio para los sueños. El más grande sacrificio para terminar el exterminio, aquel hombre se inmoló en una vana lucha contra sus sueños, se colgó para alegría de la muerte y nos dio la libertad de pensar entre la realidad y la fantasía. El espacio entero dio la bienvenida a los hombres aquellos que disolvieron su cordura entre las infinitas estrellas. Uno salió acompañado de cuatro hacia mundos desesperados y de improvisada redención y aprendizaje. Los ángeles asesinos mueren asesinados por manos mortales. Plumas y balas esparcidas entre el suelo y el cielo, entre lo que era y lo que ahora podría ser. Destrucción.

La lista era tan larga y tan triste. Impropia para niños de la edad de su hijo. Pero dentro de todas, le contó lo siguiente: Érase una vez dos niños que jugaban con los niños más pobres de la ciudad. Ellos eran felices en aquellos juegos infantiles sobre mundos lejanos y paralelos. Pero sus padres se enojaron porque esos niños eran pobres, y podían ser mala influencia. Así que los castigaron y les prohibieron salir. Y los niños, escribieron esos mundos en hojas de papel y, haciéndolos aviones, volaron hasta los ojos emocionados de sus amigos. Así ambos grupos escaparon soñando del mundo de los adultos.

Oliver se quedó dormido. Su madre lo besó en la frente y cerró la puerta. Cuando ya estuviera más grande, habría tiempo para esos cuentos para escapar de la realidad.