mayo 08, 2013

Rabia



 El Sargento Salgado dormía el sueño de los inocentes. Descansaba plácidamente en su colchón traído de Santiago, bajo un techo firme en el cuartel de Temuco. Dormía el sueño descansado de quien ha cumplido con un buen trabajo, cuando nadie te puede reprochar nada.
*Tue-tué*, cantó una vez, y nadie advirtió su sonido.
*Tue-tué*, cantó dos veces, y era un advertencia de la cual nadie se percató.
*Tue-tué*, cantó tres veces, y los maldijo a todos, pero nadie recordaba el peligro en que se encontraban.
Luego,  un pájaro de alas negras se coló por las murallas, pero ningún guardia las detuvo. Frente a la ventana, se materializó un Malhombre, frente al buen hombre del sargento.
-Despierta, Salgado.
 El Sargento abrió sus ojos asustado, y vió aun hombre parado frente a sí, vestía una larga manta de castilla, pantalones, y un sombrero. Descubrió que no podía moverse. Pero pudo hablar:
-¿Quién eres tú? ¿Cómo pudiste entrar aquí?
-Soy, Sargento, lo que los huinkas llaman reacción equivalente a un trabajo realizado. Y su trabajo, señor, ha sido maravilloso. Muchos niños han mojado la cama por sus acciones.
-¿Áh? ¿De qué estás hablando?
-Oh, de nada, señor. Verá, no creo que sea de ud. la culpa, aunque tampoco creo que no haya disfrutado, aunque sea un cachito, con las cosas que hizo aquí en el sur.
-¿Acá? Pero si yo sólo sigo órdenes…
-¿Ve a lo que me refiero? Yo sé que usted no es el represor, ¿o no? A ud. le dicen que venga al sur a buscar terroristas, y los encuentra, ¿no es así? – No hubo respuesta-. Es lo bueno de aliarse con el lado a ganar, no se pierde mucho, pero se gana harto. Por cierto, ¿este es su brazo de la pistola, verdad? ¿Con este entró a balazo limpio a las casas de los comuneros?
-¿Qué es lo que me vas a hacer? –el kalku sacó un cuchillo, rió un momento. Dijo:
-Sargento, en un mundo donde el bien es un perjuicio, el mal debe volverse la justicia, para devolverle el balance al mundo. No es nada personal.  – Y entonces, con un movimiento rápido le cortó el brazo, y la sangre brotó rápida cascada.- Grite todo lo que quiera, Sargento. Nadie lo va a escuchar.
 No hubo resistencia. La sesión de tortura duró toda la noche; nadie pudo oír los gritos, no hubo cámaras, ni testigos, ni guardias. Sólo un cuerpo y un ejecutor. Entre cuatro paredes, nada puede detener a una fuerza de la naturaleza, un kalku, la rabia encarnada de siglos enteros. Al final, del cuerpo del Sargento sólo quedaban cabeza y costillas. Y sin embargo, aún no se desmallaba, aún podía hablar.
-¿Cómo sé si esto es real o es un sueño?
-Sargento, lo sabrá cuando el dolor termine, si despierta o no.
*Tue-tué*.
 La sangre puede verse tan roja a esas horas.