julio 01, 2011

La verdadera historia del Hombre de Fuego

 Lentamente en su silla de ruedas, el hombre de fuego, aquel anciano bombero, se arrastraba por la sala deprimente, esa desastrosa sala dónde todos los viejos abandonados esperan su final mirando el otoño por la ventana. Un hombre que vio su vida quebrarse a pedazos, partes convertidas en desastre, y amores que murieron hace cierta cantidad de tiempo que el Alzheimer no puede ubicar.  El hombre de fuego sonríe, su hija atraviesa la puerta y camina hacia él.
-¡Hija! ¿Cómo estas? -se adelantó él, con voz quebrada.
-Aquí, sigo trabajando, cansada ¿y tú?- disimuló ella.
-Contando los años –y trató de reír.
 Un silencio se tomó el espacio entre ambos. Un abismo. Ella solía decir que los años felices habían terminado aquel día en que ambos murieron. Su madre, y la salud mental de su padre, el hombre de fuego. Y de sus ojos brotaron lágrimas, rodaron, aplacando las llamas de su piel, sus arrugas, como ríos, arrastraban la tristeza y las disculpas.
-Hija perdóname, yo no quise hacer nada de lo que hice.
-¡Pero papá! ¡Casi matas a tu nieta! ¡A mi hija!
-Pero es que...
-Papá, en realidad, no puedo perdonarte por algo así.
-Tú no entiendes, no eres capaz de ver la verdad. ¡La verdad de toda este complot!
-¿Pero de qué hablas?
-Hablo de… todo comenzó aquella noche…


 Todo comenzó aquella noche. Las llamas eran enormes, profundas, sobrenaturales. No se esparcían hacia ninguna otra casa. Solo aquella en la esquina. Y el agua no la tocaba, desaparecía, se evaporaba. Moría.
-¿Qué sucede?-pregunté a las compañías de bomberos presentes- ¿Cómo no han sido capaces de apagar el incendio?
-No lo sé, no sé que pasa con este fuego. Y lo peor es que no hemos podido ubicar a la dueña, una hippie tonta que seguramente inició el fuego.
-¿Nadie a entrado? –enojado
-¿Estás loco? ¿Con este incendio tan fuerte?
 Y yo era joven. Aun no estaba casado, y me aventuré a las llamas. La verdad es que siempre me habían atraído las hippies. Las limpias, claro. Creía que podría ser una noche de sexo alguna noche cualquiera. El agradecimiento. ¿Era guapo, sabes? De todas formas estaba acostumbrado a eso. Pero no sabía en lo que me metía. Sin duda las hormonas te hacen cometer actos estúpidos.
 Entré, las llamas me rodeaban, mi traje siseó. Me encontré con el salón principal vacío, las llamas carcomían la madera, pero no la quemaban. Y ahí me percaté que el cadáver de la hippie me devolvía la mirada. Me dormí en sus ojos. Morí, por un segundo. O tal vez miles. ¿Alguna vez has sentido caer al vacío, por las noches, antes de dormir? Pues el vacío que sentí no se comparaba en anda eso. Simplemente no era nada. ¡Hasta el espacio tiene materia! ¿Sabías? Pero allí no había nada.
 Y al abrir mis ojos mi propia mirada me la devolvía, y me percaté que probablemente ni siquiera existía.

En medio de aquella conversación, todos los ancianos, aunque no lo demostraran, estaban atentos a cada palabra. De esta forma, nadie se dio cuenta de los dos extraños que estaban frente a la puerta del hogar.
-Papá, por favor, ¿no pensarás que creeré algo así?
-Déjame seguir.

 Y abrí los ojos y el mundo entero me rodeaba. No podría decir si realmente caía, pero… Avanzaba. En alguna dirección. Como en un caleidoscopio el mundo giraba entre varias murallas, y en aquellas miraba un mundo distinto. Y mi cuerpo eran llamas, nada más, como la figura de antiguo dios, el mundo moviéndose y yo dentro de él, quemándome sin dolor.
 Al llegar a un plano en que mis pies se posaron, vi tres caminos, que no comprendí. Me quedé dormido en aquel lugar. Y las llamas se extinguieron. Antes de despertar, en cada camino un hombre me miraba. Sus ojos eran de llamas oscuras, serpenteantes, psicodélicas. Antes de darme cuenta, me devolvía por el mismo camino que había seguido, me elevaba (ahora estaba seguro), y volví a arder y el mundo giró y gritó y destrozó mis oídos. Y mis ojos, me miré a mi mismo, y el vacío mortal me oprimió el corazón. Desperté moribundo en los brazos de tu tío John.
  ¿Alguien había apagado el incendio, sabías? Un tipo vestido de negro tomó una manguera y me contaron que tiraba un chorro de agua de color verde pálido. Como cristalina. John dijo que era como “agua de vida”. Tan pronto como vino, desapareció.

 -Me asustas –su hija ya no parecía complaciente ni menos compungida. ¿Qué era aquella mirada?- Por favor, intenta usar un poco tu sentido común ¿Cómo crees que realmente aquello que viste es cierto? ¡Puede haber sido el humo! ¡Eras joven en ese tiempo! ¿Quién sabe que cosa…?
-¿… me fumé, querías decir?
-No, ehhhm, digo…
-Déjalo. Es que… realmente no eres capas de comprender. Creo que…, bueno, era mi misión criarte de mejor forma, supongo…
 Ella bajó su mirada. ¿Pero qué le pasaba? ¡Si fue él quién casi daña a su hija! ¡Por eso esta aquí! Aquel leve impulso condicionado de niña siendo regañada por su padre desapareció de súbito, como comido por una rabia contenida. A pesar del fuego clavado sobre sus ojos, el hombre de fuego no ardió, el venía quemándose de hace mucho tiempo. Antes de desatar la furia, una mano se posó en la manilla de la puerta del geriátrico.
-Hija, cuando volví de aquella visión el mundo jamás volvió a ser como era. Probablemente me volví loco. Luego cuando veía a algunas personas estas, algunas, no todas, tenían un aura especial. Magos en la calle, ejecutivos, guardias, tendederos. Todos ellos eran fenómenos y me preguntaba todos los días si ellos me devolvían la mirada. Y, y…
-¿¡Y qué?!
-Y mi nieta tenía un aura aún más extraña y terrorífica que el resto. Y me dio miedo. Y no la toqué. La evité. Y no pude… no pude…
-¡Cuando te la dejamos no pudiste darle comida! ¡Casi se muere de hambre!
-Pero hija, como querías que…
-¿Cómo querías qué...? ¡Papá, piensa un poco, por Dios!
-Es que yo…
-¡Papá!, el asunto es que tú ya estás… como decirlo, muy cansado y…
-¡No estoy senil, si es lo que querías decir! –y su silla casi se levanta del suelo, ante el choque de las palabras, de la realidad. Medio grupo de ancianos salto, el otro estuvo de acuerdo.
-¡Por supuesto que sí! Tú…
 La puerta giró, el tiempo se detuvo, y el pesimismo se tomó el escenario. No eran guadañas, no eran piedras negras o blancas. La muerte asecha y rompe el espacio y el tiempo. El hombre de fuego, aquel anciano bombero, se encontró con su derredor congelado y con dos hombres vestidos de negro.
-Llegamos a buscarte- dijeron.
-¿Son la muerte?
-Eso es lo que realmente te gustaría, pero no, lo lamento- dijo uno.
-Somos algo peor- dijo el otro.
-Entiendo, no me queda mucho que hacer. Supongo que sé demasiado. Vi demasiado, o lo que no debí haber visto. Pero, ¿por qué ahora? ¿Por qué no ayer?
 Los hombres avanzaron.
-Porque ahora las cosas van a cambiar y la gente podría creerte. Lo que menos necesitamos es que el público pueda justificar los actos terroristas por parecer “mágicos” o “maravillosos”, legítimos, ¿entiendes?
-¡Pero no pasaría de ser una teoría de conspiración imbécil!
-Preferimos no correr el riesgo.
 El hombre de fuego no se podía mover, un hombre de negro apretó un encendedor sobre el pecho de quien iba a morir. Sin decir una palabra, salieron, el tiempo regresó justo cuando no debía.
 Un anciano se incendiaba espontáneamente frente a su hija, su única visita en años, atónitos todos los demás huéspedes del geriátrico no supieron que hacer. Su cuerpo de caía a pedazos como madera carbonizada. Muerta de pánico, la hija sólo quedó enfrente del cadáver llameante del hombre de fuego, viendo arder su ira y su amor, pasando lentamente los segundos del arrepentimiento. El olor a grasa quemada, a cadáver en cenizas no se quitó jamás del lugar, ni de la piel ni las mentes de los testigos. 
Por fin el hombre de fuego se había quemado, quemado cada rastro de verdad o fantasía. Se llevó su secreto a la tumba dónde solos el polvo acumulado en las cenizas entendía algo. En su nieta residía la esperanza de un mundo en llamas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario